Siempre me ha costado lo sagrado. Por varias razones, en particular el hecho de ser a mi juicio un concepto tan poco democrático, ya que veo inevitable que algunos terminen siendo más dignos de percibirlo que otros. Y ahí te quiero ver. Pero también soy consciente de su enorme virtud de proteger aquello sin lo que no podemos o queremos vivir. Cuando tengo crisis de positivismo, pienso en despertarme una mañana y encontrar el panorama sin las gráciles copas de las palmas del Parque de la Independencia. De joven aprendí a amarlas, cuando me alejé a extrañarlas, y ahora a adorarlas. Es tanto mi cariño que si me descuido me pongo a halagarlas mentalmente, preguntándome por qué estarán tan misteriosas, o al contrario: por qué se burlan tanto de una ciudad a la que tanto le cuesta entenderlas. Sí, mirando su tranquila dignidad vegetal me siento su hermano menor del mundo animal.
jueves, enero 14, 2010
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3 comentarios:
tán bellas, comparto tu encanto por estas palmas. Son tán bogotanas.
El tiempo parece rodearnos de dioses y liturgias propias.
Lo más sagrado se revela desde lo más insignificante para hacerse imprescindible.
Ello nos va conformando tal y como somos.
Y todo se llena de altares insospechados.
Hermosas palmas.
Un saludo.
Es de lo poco que permite asegurar que en las ciudades aún perdura la naturaleza.
Un abrazo
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